lunes, 5 de noviembre de 2012

El aire de Cariño



Nací en un pueblito que nunca entendió de rencores.
Para cuando lo hice, habían pasado veinte años de guerra fratricida y nunca pude lograr una historia verdadera contada por sus gentes, que no estuviese colindando con la fantasía...y es que la memoria de sus habitantes de entonces, se negó a grabarla en piedra como lo harían los pueblos que guardan sus rencores en estatuas, sus triunfos en monumentos y sus héroes, en bustos de esos que pierden su identidad con los años y terminan por ser demolidos después de infinidad de cagadas de palomas y de registros amarillos en papel que a nadie interesan.
A cambio, encontraron la paz en un pueblo desnudo de simbolismos. Sus héroes eran otros y a  ellos, no necesitaban mostrarlos porque vivían con ellos.
Mi pueblo de esa época tenía una placita con una fuente de agua corriente permanente, a la cual acudiamos a buscar el preciado liquido en baldes de madera, mucho antes de que las tuberías de plomo empezaran a brindar la comodidad. Tenía un lavadero colectivo a orillas del pequeño rio en donde se sacudían a palos las sábanas de los cansados durmientes. Solo las historias tras ellas se murmuraban entre sus paleadoras.
Tras de sí, el pueblo se cobijaba entre un colchón de mar y una sábana de tierra. Sus casas se construian con la mirada hacia la mar pero con una ventana que permitía ver las huellas marrones y verdes de sus campos. Extraña combinación  de agricultores y pescadores.

La mar era uno de sus héroes...
Con sus tiempos y sus lugares y con sus buenos y malos humores. De su seno extraían la azulplateada sardina, los estirados corzitos, la verdosa caballa y el siempre feo chicharro; el elongado y delicioso congrio o los ocasionales sargos, tanas, fanecas, rapes, lenguados y rodaballos...En su momento y en menor cuantía, los malhumorados pulpos, los siempre enojados calamares y aquellos de rostro inexpresivo como las nécoras y las centollas y los menos expresivos aun berberechos....Y es que Cariño daba de comer a una alta proporción de hambrientos españoles.

Su otro héroe era su tierra...
Una tierra de moras silvestres y pinos salvajes. De rocas destinadas a espigón y moradas de percebes. Recuerdo haberla fertilizado con "patelos" triturados y algas marinas, solo para convertirla en una tierra en negritud de campos de patatas y de berzas que se convertían a su vez, junto a aquellos cerdos criados en familia, en el sostén de todo el mundo a punta de caldos, tortillas, chorizos, morcillas y jamones.
¿Que decir de la gente de Cariño que es mi gente y que teniamos esos dos nortes?
¡Mi pueblo no necesitaba héroes!...¡Ellos ya lo eran!...
La vida era entonces un eterno capear de tormentas. ¡El aire de Cariño no es un aire!...Es una forma de vivir con la adversidad...y cuando así se vive...se sonrie cuando el sol se muestra tibio, la mar habla con suavidades y el aire nos regala sus aromas de tojos en flor.
 
 

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