sábado, 31 de diciembre de 2016

2016


Te vas
con tus doce lunas llenas
y tus charreteras de soles.

Te llevas mis amaneceres,
cálidos unos, sombríos otros;
pesares pequeños,
dolores profundos,
tristezas amainadas
y risas batientes;
abrazos pocos
y besos latentes.

Todo en tí es circular,
hasta tus sombras.

Me dejas
lleno de memoria
lista para diluir;
vacío del poder
que nunca quise 
y que por no querer
estoy lleno;

Te vas
como siempre
hacia tu destino
de olvido,
convertido en historia
a veces escrita
para quien nace.

Déjame una arruga más
y te regalaré una lágrima.
Déjame una cana cenicienta
y te dedicaré un recuerdo.
Déjame ver a quien te sigue
y te amaré por las cicatrices
y las huellas de tu tiempo.

¡Vete ya!
¡Déjame mis huellas!








jueves, 26 de mayo de 2016

Diez años y un poco


























Pasó
tan solo ayer,
el ayer de otro tiempo,
aquel donde un niño
de pantalones con remiendos
de otro color
y pizarra bajo el brazo
llevaba el crudo del invierno
con ideas del verano
y sueños sin romperse.
Caminaba
con atisbos de un mañana
que aun no es hoy
y en su verbo no hay acentos
al final de la palabra.
Sabe que su sol está ahí
durmiendo sobre un colchón de nubes
que lloran por su peso,
o tal vez por lástima,
aquella que le da el frio
para no quedarse solitario;
y el niño mira a su lado
como los tojos beben de aquel frio
para volverlo amarillo en primavera.
Las olas,
con sus crestas de plata,
le susurran que hoy toca geografía
y que a lo mejor
no lleva su ración de palo
por no saber donde queda una comarca.
Su mundo es su pueblo;
mas allá
es tierra extranjera
que le dicen que también es suya;
pero en sus sueños
no está el caminarlas.
En su horizonte no hay tierra,
es líquido.
La tierra se derrite como cera
con el fuego solar
y su gamela, de mecha;
esa gamela 
que luego, anciano ya,
llamará "anduriña"
y lo llevará a cortar su mar
cuando amaine la tempestad.
Mientras,
un portazo le anuncia la mala leche
de un Don José...sin buenos dias.






domingo, 28 de febrero de 2016

Al hórreo























La noche guarda
perfumes de granos,
recuerdos de tierra
en hórreos de arcilla,
en sombras de niebla.

Descansa la vida,
la guarda la piedra

domingo, 21 de febrero de 2016

Marina la paraulata




















Le puse por nombre Marina como mi bella prima gallego-gaditana.
Marina hablaba el lenguaje del viento; por eso, cuando llegaba del sur bordeando la costa arenosa con su vuelo saltarín y se detenía sobre el tanque de agua al lado de la casa, se ponía a escuchar las historias que le contaba el sol naciente a su amiga la mar. Historias de su paso por el otro lado del mundo mientras la mar dormía.
Marina no cantaba como el vecino gallo de pelea de mi amigo Chogollo, o como lo hace la mayoría de las aves al amanecer buscando compañía. Nunca supe si era porque le gustaba la soledad o tal vez simplemente por ser una oyente empedernida. En todo caso, en los diez días que me estuvo visitando jamás le escuché una sola nota.
Al poco tiempo, saltaba a tierra y se paseaba a pequeños saltitos y caminatas cortas delante de mí que la contemplaba mientras tomaba el café mañanero sentado al borde de la casa. No estaba apurada por comer. Solo disfrutaba la arena y la corta grama fresca que le quitaba el agarrotamiento de sus patitas, endurecidas por el agarre nocturno a la recia rama de cují que le servía de cuna.
Se hacía la desentendida con los granos de arroz cocido que yo le arrojaba y poco tiempo después, miraba con altivez y cierto desprecio a las palomas caseras que llegaban a disputarse ese mismo arroz. Esas palomas eran para ella  extranjeras y tontas. Solo estaban pendientes de donde habían turistas para engullir cualquier trozo de comida que cayese y eran incapaces de sentirse a ese mundo entre marinero y campestre. Seguirían segun ella, siendo eternas mendigos.
A los gorriones los evitaba, eran extranjeros astutos que siempre andaban en bandada y a pesar de sentirse superior en fuerza y destreza, discutir con uno era discutir con la bandada. A ellos sin embargo, les concedía su benevolencia porque al fin y al cabo, tenían a sus crías en la cercanía y mal que bien, esos descendientes terminaban rompiendo su paisaje de monotonías.
Las demás aves, generalmente marinas, eran para ella pinturas móviles en su eterno techo de azules.
Hacía su recorrido por la tierra, meticulosamente. Buscaba semillitas y no despreciaba los pequeños insectos que no alcanzaban a ocultarse de su mirada penetrante y al mediodía, justo después del almuerzo y cuando me retiraba a tomar una siesta, Marina entraba a la casa a revisar las cercanías de la mesa a ver que había comestible. Ella no sabía que yo me ocultaba para espiarla en sus andanzas.
Iba siempre cara al viento, excepto quizás al atardecer cuando el viento arreciaba un tanto y sucedía entonces que jugaba a ser un mimo. Se ponía de lado y su cola, normalmente derecha con su cuerpo, se doblaba hacia un costado impulsada por la brisa y se ponía a perseguirla, como hacía mi perro Chico con su rabo. Nunca sabré si pensaba que era otra paraulata a quién perseguía o era tan solo el placer de tratar de alcanzar lo inalcanzable.
Contrario a los enamorados, no le gustaban los ocasos que le apagaban sus azules y sus verdes. Se iba a dormir como los niños con desgano.
Rumbo a su cují, creo que suspiraba en silencio...Seguiría esperando su momento de cantar.