miércoles, 7 de noviembre de 2012

La casa de Teodoro Fanego. (Una historia contada por mi madre)


En la salida del pueblito de Cariño, y entre éste y la Solana, existía a mano derecha, una casita solitaria que era la herrería del pueblo. Poco tiempo después, Don Teodoro Fanego construiría al frente, un conjunto de casas para alquilar.
Mi madre, a pesar de tener su casa propia, vivía con sus padres pues en la propia, vivían los padres y un hermano de mi papá; así que para no hacer estorbo, prefería quedarse con su madre, mi abuela.
Algún día de ese año de 1956, mi mamá le propuso a su hermano Arturo, el alquilar una de las casas de Don Teodoro y repartirse sus espacios. Así lo hicieron y en una parte de ella, Erundina, que así se llama la esposa de mi tio Arturo, montó su negocio de costureras. Vivía tranquila allá mi mamá ya para entonces embarazada de mi, mientras mi padre, andaba surcando las aguas caribeñas teniendo como puerto a la Guaira en Venezuela.
La tarde del 16 de Diciembre, mi madre se aprestaba a ir a la última función del cine de Don Cesáreo junto a su hermano y su esposa y se disponían a esperar tal momento en la casa de sus padres que quedaba a unos pocos pasos del cine en cuestión.
Justo en las cercanías de las 8 de la noche, alguna pataleta mia determinó el hacer sentir la humedad de la fuente rota.
Con la paciencia que la caracteriza y pese a que cualquiera saldría en carrera, determinó parir en la que consideraba su casa y hasta allá se fue caminando como sabiendo que la premura no tenía importancia.
Al llegar, se puso a planchar para tener ropa disponible y siendo ya las diez de la noche comenzaron en serio los dolores de parto.
Cuenta ella que su cara se movía entre el fruncimiento del dolor y la risa que le provocaba la cara de bobo (Textual)  que tenía su hermano viendo la escena de dolor.
Rompió el hechizo de Arturo gritandole que fuera a avisar a Don Cesar, el médico del pueblo.
Arturo reaccionó de inmediato y prendiendo su moto se dirigió a la casa del médico para encontrarse con la noticia de que éste estaba en el cine que quedaba a unas casas apenas. Entró al cine, lo localizó  en el maremagnum de siluetas apenas alumbradas por la luz de la película y llegando hasta él, le contó que se diera prisa porque su hermana estaba pariendo. Don César con toda su calma le preguntó la hora a la que habían comenzado los dolores y despues de tener como respuesta de que hacían apenas unos minutos, le contestó que se fuera y lo dejara ver la película y que cuando ésta terminara, iría para allá.
Justo cerca de la medianoche ciertamente se apareció el médico y tras un rápido examen de mi madre, se dispuso a esperar.
Comenzaba mientras tanto, una de las típicas tormentas del invierno cariñés; con viento en aumento, truenos, relámpagos, rayos y lluvia intensa.
A la una de la madrugada del dia siguiente, comenzó el trabajo de parto y empezaba Don César  a divisar mi cabecita y aprestándose a sacarme cuando, justo en ese momento, se fue la luz.
Mi tio Arturo, que ya había dejado de lado su "tontera", corrió a prender su moto para alumbrar el parto...
Así nací!....A la luz de una moto prendida bajo un cielo que desplegaba todo su mal humor.
Nadie sabe cuanto pesé en realidad porque en esa época los cálculos se hacían a pulso de comprador de pulpos y según eso, andaba por los casi cuatro kilos lo que hizo exclamar a Don César: "¡Ahhh!...¡muchacho grandote!".
Así me lo contó mi madre...y justo después yo le decía: "Con razón siempre fuí un iluminado!"...Con lo que terminamos riendonos a carcajadas y dandonos un gran abrazo.


 

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