domingo, 25 de noviembre de 2012

A mi Mar en Mangle Lloroso

Hay un lugar de la costa venezolana de díficil ubicación y mal acceso, muy cercano del Cabo San Roman conocido con el nombre de Mangle Lloroso.
En ese desierto que besa la orilla marinera, se encuentra un centenario árbol de mangle que destaca por su soledad.
Su apodo de Lloroso se debe a que en sus noches, el mangle se deshace  de la sal que absorbe durante el dia a través de sus hojas y en las mañanas, al aumentar la temperatura y convertir la humedad en rocio, el mangle llora lágrimas de sal.


En cierto lugar de mi Mangle Lloroso,
mi escondite, mi refugio de arenas blanquecinas,
de troncos, hierba seca y piedras coralinas,
me encuentro con mi amada, la mar y estoy celoso
del viento que eterno y rasante lo acompaña;
en la noche cuando arrulla con su canto delicioso
al mangle solitario que la mira en la mañana
con un suave ronroneo, con susurros misteriosos
como hablan los amantes con su cara muy cercana.
....
Camino a tu encuentro.
A sentarme en el borde inmenso de tu falda
y ya no estoy solo.
....
La luna en cuarto creciente,
partida por la mitad,
me da luminosidad
para verte sonriente,
y cercano de tu orilla
con el frio entre los dedos
tu resuelves mis enredos
sembrando en mí tu semilla
de amor entre los luceros.
Me haces sentir humano,
me recuerdas mis historias
revolviendo mis memorias
de niño, adulto y anciano;
sintiéndome tan cercano
hacia tí, mi Madre Mar
¿Como te puedo olvidar?
si junto al cielo, tu hermano,
tu me vuelves ciudadano
de un mundo de libertad.

 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Como besa un alma


¿Como besa un alma?, preguntaba
y casi de inmediato respondía,
una voz temblorosa susurraba,
era una luz, un torrente el alma mía.
 
Cada vez que ves a un niño a pleno día,
somnoliento, con harapos, limosnando,
y sientas esa furia contenida
sabrás que soy yo que estoy besando.
 
Cuando veas a tu amigo entristecido,
con el peso de sus penas soportando,
te acerques a abrazarlo, enmudecido,
sabrás que soy yo que estoy besando.
 
Mirando los pichones en su nido
del hambre, a su madre suplicando,
te vuelves un poco enternecido,
sabrás que soy yo que estoy besando.
 
Sintiendo la mirada apasionada
de ese ser que en tí está pensando,
¡Calla!, ¡por favor no digas nada!,
seré yo que por ti estará besando.
 
Y si un dia te sientes deprimido
al no ver quien pueda estarte amando,
grita al mundo que tienes un vacío
y sabrás que soy yo que estoy llorando.


 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Breve historia de un pichón de alcatraz



Había nacido como todos los alcatraces de su especie. De color azul oscuro,  desplumado, con los ojos cerrados y con su hermano a su lado, todavía dentro del huevo aun por los próximos dos dias.
El calor delicioso del día, poco a poco hacía enderezar su cuello. Serían los primeros músculos en fortalecerse desde que su corazón y sus genes determinaron hacerla el ave que domina los vientos.
A la mañana siguiente de su nacimiento, ya sus párpados habían concedido la entrada a la luz del amanecer y su padre, a su lado, esperaba las señas del pichón traducidas en un débil piar reclamando su primera comida.  Su padre metió en su pequeña garganta su primer alimento de pequeños peces medio digeridos.  Aun el pichón no conocía a su madre porque ésta se encontraba pescando cumpliendo su turno alternativo con su padre para alimentarlo.  Ésta llegó con las luces del mediodía y después de entrechocar su pico con su pareja, se dedicó a darle de comer mientras el gran macho partía a cumplir su turno vespertino de pesquería.  Volvería al nido con los ultimos momentos de luz.
Al dia siguiente observaría como nacía su hermano y al momento de la comida, su instinto de supervivencia, hizo arrojar a empujones a su hermano fuera del nido, tan solo a unos pocos centímetros de distancia. Poco después, su hermano moría en un ataque combinado de una pareja de gaviotas cabecinegras que trabajaron en conjunto para distraer a su padre y lograr arrebatarle al recién nacido.
Pasarían cuarenta y cinco dias de monotonía y crecimiento.  Sus padres turnandose para alimentarlo y protegerlo del ataque contínuo de las gaviotas que disminuían con el aumento del tamaño del pichón y un crecimiento que incluía el cambio de su primer plumón de un castaño oscuro hacia un blanco lunar definitivo.  La madre naturaleza había dotado al pichón desde tiempos ancestrales de un cuerpo digno de un peregrino eterno del aire. Su fisonomía estaba diseñada para permanecer eternamente en vuelo y a cambio, le había restado habilidades para desenvolverse en tierra.  Sus enormes alas eran un obstáculo para tomar vuelo.  Tenía siempre que ponerse frente al viento esperando que éste, tuviese la fuerza suficiente para levantarlo al menos el medio metro que ya tenía su ala de largo para poder comenzar a aletear y pensar en alzar el vuelo definitivo.  Mientras tanto y como pichón, todavía sus alas solo golpeaban inutilmente los guijarros de su  playa de nacimiento, practicando una y otra vez el arte que un dia lo volverá el señor del aire.
Cierto día de un verano austral y como si se hubiesen puesto de acuerdo, todas las parejas de alcatraces de la colonia al unísono, abandonaron la isla con rumbo a los cielos dejando atrás a su progenie.  El primer dia junto a su noche, la pasaron los jóvenes alcatraces en silencio y contemplándose unos a otros.  Al dia siguiente y pasadas las primeras horas , los jóvenes alcatraces comprendieron que sus padres no volverían para darles de comer y apremiados por el hambre, debían tomar la decisión de emprender el vuelo y buscar su alimento por si mismos.  Algo que sus padres no les habían enseñado y deberían recurrir a sus instintos y a la imitación de los adultos mientras se alimentaban lejos de la costa y para ello debían alzar tan solo el vuelo.
El grupo entero pudo apreciar como el primer alcatraz que intentó alzar el vuelo, terminó aterrizando en las mansas olas de la orilla y desapareciendo pocos segundos despues en las fauces de un tiburón punta blanca de arrecife, que como parte de un cardumen, se encontraban justamente esperando ese primer vuelo de los alcatraces.  La sincronía del universo había reunido a ambas especies en ese preciso momento.
Nuestro alcatraz, vió el éxito y el fracaso de sus compañeros circunstanciales de crianza y no le quedaba otra que esperar su turno atendiendo a su instinto.  Puso su cara al ligero viento como esperando una ráfaga algo mas fuerte para poder elevarse sin mucho esfuerzo; hinchó sus pulmones y abrió sus alas para sentir la fuerza que lo sostendría el resto de sus dias.
Alzó su vuelo en principio rasante sobre el mar y pudo contemplar los oscuros lomos de los oportunistas tiburones en la ribera de la isla.  Había nacido fuerte y muy pronto se encontró viendo la isla que lo vió nacer como un pequeño puntito en la distancia.  Su primer instinto se había convertido en su primer aprendizaje. Ahora debería seguir a los adultos y aprender a zambullirse a velocidades inconcebibles y desde alturas increibles para dominar el arte de la pesca y la búsqueda de los peces que serán su alimento.
De ahí en adelante, nuestro alcatraz se convertirá en el eterno rompedor del horizonte de los marinos y dibujará su blanca silueta contra un cielo que lo acunará de por vida.
 No volverá a pisar tierra hasta que su dormido instinto le recuerde el calor de las piedras que otrora lo anidaron.
 
 
 
 
 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La casa de Teodoro Fanego. (Una historia contada por mi madre)


En la salida del pueblito de Cariño, y entre éste y la Solana, existía a mano derecha, una casita solitaria que era la herrería del pueblo. Poco tiempo después, Don Teodoro Fanego construiría al frente, un conjunto de casas para alquilar.
Mi madre, a pesar de tener su casa propia, vivía con sus padres pues en la propia, vivían los padres y un hermano de mi papá; así que para no hacer estorbo, prefería quedarse con su madre, mi abuela.
Algún día de ese año de 1956, mi mamá le propuso a su hermano Arturo, el alquilar una de las casas de Don Teodoro y repartirse sus espacios. Así lo hicieron y en una parte de ella, Erundina, que así se llama la esposa de mi tio Arturo, montó su negocio de costureras. Vivía tranquila allá mi mamá ya para entonces embarazada de mi, mientras mi padre, andaba surcando las aguas caribeñas teniendo como puerto a la Guaira en Venezuela.
La tarde del 16 de Diciembre, mi madre se aprestaba a ir a la última función del cine de Don Cesáreo junto a su hermano y su esposa y se disponían a esperar tal momento en la casa de sus padres que quedaba a unos pocos pasos del cine en cuestión.
Justo en las cercanías de las 8 de la noche, alguna pataleta mia determinó el hacer sentir la humedad de la fuente rota.
Con la paciencia que la caracteriza y pese a que cualquiera saldría en carrera, determinó parir en la que consideraba su casa y hasta allá se fue caminando como sabiendo que la premura no tenía importancia.
Al llegar, se puso a planchar para tener ropa disponible y siendo ya las diez de la noche comenzaron en serio los dolores de parto.
Cuenta ella que su cara se movía entre el fruncimiento del dolor y la risa que le provocaba la cara de bobo (Textual)  que tenía su hermano viendo la escena de dolor.
Rompió el hechizo de Arturo gritandole que fuera a avisar a Don Cesar, el médico del pueblo.
Arturo reaccionó de inmediato y prendiendo su moto se dirigió a la casa del médico para encontrarse con la noticia de que éste estaba en el cine que quedaba a unas casas apenas. Entró al cine, lo localizó  en el maremagnum de siluetas apenas alumbradas por la luz de la película y llegando hasta él, le contó que se diera prisa porque su hermana estaba pariendo. Don César con toda su calma le preguntó la hora a la que habían comenzado los dolores y despues de tener como respuesta de que hacían apenas unos minutos, le contestó que se fuera y lo dejara ver la película y que cuando ésta terminara, iría para allá.
Justo cerca de la medianoche ciertamente se apareció el médico y tras un rápido examen de mi madre, se dispuso a esperar.
Comenzaba mientras tanto, una de las típicas tormentas del invierno cariñés; con viento en aumento, truenos, relámpagos, rayos y lluvia intensa.
A la una de la madrugada del dia siguiente, comenzó el trabajo de parto y empezaba Don César  a divisar mi cabecita y aprestándose a sacarme cuando, justo en ese momento, se fue la luz.
Mi tio Arturo, que ya había dejado de lado su "tontera", corrió a prender su moto para alumbrar el parto...
Así nací!....A la luz de una moto prendida bajo un cielo que desplegaba todo su mal humor.
Nadie sabe cuanto pesé en realidad porque en esa época los cálculos se hacían a pulso de comprador de pulpos y según eso, andaba por los casi cuatro kilos lo que hizo exclamar a Don César: "¡Ahhh!...¡muchacho grandote!".
Así me lo contó mi madre...y justo después yo le decía: "Con razón siempre fuí un iluminado!"...Con lo que terminamos riendonos a carcajadas y dandonos un gran abrazo.


 

lunes, 5 de noviembre de 2012

El aire de Cariño



Nací en un pueblito que nunca entendió de rencores.
Para cuando lo hice, habían pasado veinte años de guerra fratricida y nunca pude lograr una historia verdadera contada por sus gentes, que no estuviese colindando con la fantasía...y es que la memoria de sus habitantes de entonces, se negó a grabarla en piedra como lo harían los pueblos que guardan sus rencores en estatuas, sus triunfos en monumentos y sus héroes, en bustos de esos que pierden su identidad con los años y terminan por ser demolidos después de infinidad de cagadas de palomas y de registros amarillos en papel que a nadie interesan.
A cambio, encontraron la paz en un pueblo desnudo de simbolismos. Sus héroes eran otros y a  ellos, no necesitaban mostrarlos porque vivían con ellos.
Mi pueblo de esa época tenía una placita con una fuente de agua corriente permanente, a la cual acudiamos a buscar el preciado liquido en baldes de madera, mucho antes de que las tuberías de plomo empezaran a brindar la comodidad. Tenía un lavadero colectivo a orillas del pequeño rio en donde se sacudían a palos las sábanas de los cansados durmientes. Solo las historias tras ellas se murmuraban entre sus paleadoras.
Tras de sí, el pueblo se cobijaba entre un colchón de mar y una sábana de tierra. Sus casas se construian con la mirada hacia la mar pero con una ventana que permitía ver las huellas marrones y verdes de sus campos. Extraña combinación  de agricultores y pescadores.

La mar era uno de sus héroes...
Con sus tiempos y sus lugares y con sus buenos y malos humores. De su seno extraían la azulplateada sardina, los estirados corzitos, la verdosa caballa y el siempre feo chicharro; el elongado y delicioso congrio o los ocasionales sargos, tanas, fanecas, rapes, lenguados y rodaballos...En su momento y en menor cuantía, los malhumorados pulpos, los siempre enojados calamares y aquellos de rostro inexpresivo como las nécoras y las centollas y los menos expresivos aun berberechos....Y es que Cariño daba de comer a una alta proporción de hambrientos españoles.

Su otro héroe era su tierra...
Una tierra de moras silvestres y pinos salvajes. De rocas destinadas a espigón y moradas de percebes. Recuerdo haberla fertilizado con "patelos" triturados y algas marinas, solo para convertirla en una tierra en negritud de campos de patatas y de berzas que se convertían a su vez, junto a aquellos cerdos criados en familia, en el sostén de todo el mundo a punta de caldos, tortillas, chorizos, morcillas y jamones.
¿Que decir de la gente de Cariño que es mi gente y que teniamos esos dos nortes?
¡Mi pueblo no necesitaba héroes!...¡Ellos ya lo eran!...
La vida era entonces un eterno capear de tormentas. ¡El aire de Cariño no es un aire!...Es una forma de vivir con la adversidad...y cuando así se vive...se sonrie cuando el sol se muestra tibio, la mar habla con suavidades y el aire nos regala sus aromas de tojos en flor.