lunes, 12 de noviembre de 2012

Breve historia de un pichón de alcatraz



Había nacido como todos los alcatraces de su especie. De color azul oscuro,  desplumado, con los ojos cerrados y con su hermano a su lado, todavía dentro del huevo aun por los próximos dos dias.
El calor delicioso del día, poco a poco hacía enderezar su cuello. Serían los primeros músculos en fortalecerse desde que su corazón y sus genes determinaron hacerla el ave que domina los vientos.
A la mañana siguiente de su nacimiento, ya sus párpados habían concedido la entrada a la luz del amanecer y su padre, a su lado, esperaba las señas del pichón traducidas en un débil piar reclamando su primera comida.  Su padre metió en su pequeña garganta su primer alimento de pequeños peces medio digeridos.  Aun el pichón no conocía a su madre porque ésta se encontraba pescando cumpliendo su turno alternativo con su padre para alimentarlo.  Ésta llegó con las luces del mediodía y después de entrechocar su pico con su pareja, se dedicó a darle de comer mientras el gran macho partía a cumplir su turno vespertino de pesquería.  Volvería al nido con los ultimos momentos de luz.
Al dia siguiente observaría como nacía su hermano y al momento de la comida, su instinto de supervivencia, hizo arrojar a empujones a su hermano fuera del nido, tan solo a unos pocos centímetros de distancia. Poco después, su hermano moría en un ataque combinado de una pareja de gaviotas cabecinegras que trabajaron en conjunto para distraer a su padre y lograr arrebatarle al recién nacido.
Pasarían cuarenta y cinco dias de monotonía y crecimiento.  Sus padres turnandose para alimentarlo y protegerlo del ataque contínuo de las gaviotas que disminuían con el aumento del tamaño del pichón y un crecimiento que incluía el cambio de su primer plumón de un castaño oscuro hacia un blanco lunar definitivo.  La madre naturaleza había dotado al pichón desde tiempos ancestrales de un cuerpo digno de un peregrino eterno del aire. Su fisonomía estaba diseñada para permanecer eternamente en vuelo y a cambio, le había restado habilidades para desenvolverse en tierra.  Sus enormes alas eran un obstáculo para tomar vuelo.  Tenía siempre que ponerse frente al viento esperando que éste, tuviese la fuerza suficiente para levantarlo al menos el medio metro que ya tenía su ala de largo para poder comenzar a aletear y pensar en alzar el vuelo definitivo.  Mientras tanto y como pichón, todavía sus alas solo golpeaban inutilmente los guijarros de su  playa de nacimiento, practicando una y otra vez el arte que un dia lo volverá el señor del aire.
Cierto día de un verano austral y como si se hubiesen puesto de acuerdo, todas las parejas de alcatraces de la colonia al unísono, abandonaron la isla con rumbo a los cielos dejando atrás a su progenie.  El primer dia junto a su noche, la pasaron los jóvenes alcatraces en silencio y contemplándose unos a otros.  Al dia siguiente y pasadas las primeras horas , los jóvenes alcatraces comprendieron que sus padres no volverían para darles de comer y apremiados por el hambre, debían tomar la decisión de emprender el vuelo y buscar su alimento por si mismos.  Algo que sus padres no les habían enseñado y deberían recurrir a sus instintos y a la imitación de los adultos mientras se alimentaban lejos de la costa y para ello debían alzar tan solo el vuelo.
El grupo entero pudo apreciar como el primer alcatraz que intentó alzar el vuelo, terminó aterrizando en las mansas olas de la orilla y desapareciendo pocos segundos despues en las fauces de un tiburón punta blanca de arrecife, que como parte de un cardumen, se encontraban justamente esperando ese primer vuelo de los alcatraces.  La sincronía del universo había reunido a ambas especies en ese preciso momento.
Nuestro alcatraz, vió el éxito y el fracaso de sus compañeros circunstanciales de crianza y no le quedaba otra que esperar su turno atendiendo a su instinto.  Puso su cara al ligero viento como esperando una ráfaga algo mas fuerte para poder elevarse sin mucho esfuerzo; hinchó sus pulmones y abrió sus alas para sentir la fuerza que lo sostendría el resto de sus dias.
Alzó su vuelo en principio rasante sobre el mar y pudo contemplar los oscuros lomos de los oportunistas tiburones en la ribera de la isla.  Había nacido fuerte y muy pronto se encontró viendo la isla que lo vió nacer como un pequeño puntito en la distancia.  Su primer instinto se había convertido en su primer aprendizaje. Ahora debería seguir a los adultos y aprender a zambullirse a velocidades inconcebibles y desde alturas increibles para dominar el arte de la pesca y la búsqueda de los peces que serán su alimento.
De ahí en adelante, nuestro alcatraz se convertirá en el eterno rompedor del horizonte de los marinos y dibujará su blanca silueta contra un cielo que lo acunará de por vida.
 No volverá a pisar tierra hasta que su dormido instinto le recuerde el calor de las piedras que otrora lo anidaron.
 
 
 
 
 

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