viernes, 29 de diciembre de 2017

LA NIÑA DEL COLUMPIO CON PIES DE POMARROSA





























Se fue un domingo por la tarde
con la lluvia fugaz.

Dejo su columpio de apamate
y sisal;
su olor a hierbabuena,
sus huellas de mastranto,
señalando un horizonte de moriches
y un caminito dorado
de luciernagas en celo.

Su capa
es un gris de cielo en decadencia
que batalla con el azul de otros mares,
de azucenas,
de peces voladores,
de soledades.

Lleva en un saco
su hambre y su sustento,
sus penas y sus risas
sus amores y sus alegrias.

Carga tambien  sus heroes
de menos de veinte años
y sus viejos inocentes;
sus pancartas de lucha
en estuches de hierro,
cobre y plomo.

Lo que mas le pesa
es la culpa,
ajena,
sin dueños,
sin autores,
cobardes y anonimos.

Su horizonte
no es verde militar
ni rojo sufrimiento;
es aguamarina
con sed de justicia
y luz de amanecer 
sobre picos nevados
y agua en rebeldia.

Su rumbo
la lleva al precipicio
donde con manos blancas
y seguras,
tomara de su saco
lo que mas le pesa;
lo que hace doler el alma,
lo que no puede mirarse sin dolor,
aquello que perturba su mirada
de niña, 
de futura madre.

Sin la rabia de la inocente,
dejara caer hacia el abismo
aquello que debe olvidarse.

El estrepito de la caida,
sera el grito de dolor
de un parto
con alegria.

En lejania,
sonara ahogado
el lamento
de quien se hunde
en lo que fue su miseria.

Su nombre es Matilde,
su apellido Venezuela;
Es mi niña del columpio
con pies de pomarrosa

que regala hierbabuena...

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